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Sobre la cultura del esfuerzo en la Educación (post-478)

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Dale aire a la trompetaNo soy pedagogo, ni experto en educación, pero me veo escribiendo cada vez más artículos sobre el tema. Por algo será, digo yo. En uno de los puntos de mi post 474 (“¿Debemos ser tan radicales en la innovación educativa?”), me dio por hablar de la cultura del esfuerzo en educación, reconociendo que era de los temas más controvertidos que podíamos poner sobre la mesa. Lo hice en estos términos:

Se habla mucho hoy de “aprender jugando”, lo que equivale en términos prácticos a minimizar la percepción de esfuerzo. No es solo eso, pero está claro que “jugar” busca lo que María Acaso llama “experiencias sexis” en educación. Todo estudiante se mostraría encantado con una propuesta así, y puntuaría con un Notable alto cualquier encuesta que le pregunte si le gusta esa idea, pero no estoy tan seguro que eso sea siempre lo mejor para él o para ella a largo plazo. El esfuerzo imprime carácter y llámenme carca, pero sé que parte del proceso de aprendizaje más genuino no es agradable, ni puede ser tan divertido como la experiencia de jugar.

Pues bien, alguien me conectó este jueves vía Twitter con un interesante post publicado por María Acaso sobre el asunto, con el sugerente título de: “Deberes no, placeres sí. El significado del término “esfuerzo” en la educación del siglo XXI”. María citaba a la activista Eva Bailen, que con una campaña bien argumentada ha movilizado la opinión pública (con más de 180 mil firmantes en change.org) en favor de “racionalizar los deberes en el sistema educativo español”. Esa iniciativa no llama a suprimir los deberes, ni el esfuerzo para hacerlos, sino a que se eliminen los “deberes abusivos” porque la carga excesiva de tareas escolares puede generar frustración y estrés, además de perjudicar la calidad educativa.

Sintonizo con el espíritu básico que pretende transmitir el post de María Acaso, en el sentido de que hay que revisar el modo en que se concibe el esfuerzo por parte de la pedagogía tradicional, para que deje de ser eso de “la letra con sangre entra”. Recomiendo su lectura porque hay fragmentos de su artículo en que se explica este reto de un modo fantástico, con metáforas muy sugerentes. Por ejemplo, cuando insiste en que adquirir conocimientos no tiene por qué asociarse con la ansiedad, el miedo o la evaluación, sino que debería ser un proceso más motivado intrínsecamente. Pero del título (“Deberes no, placeres…”) y de parte del argumentario que propone se puede inferir un mensaje que va al otro extremo, y tampoco es bueno eso. Así que, según lo veo yo, se puede estar de acuerdo con la campaña de Eva Bailén, y al mismo tiempo con que hay una dimensión educativa que se basa también en cultivar el esfuerzo. Son dos ideas perfectamente compatibles, solo que hay que gestionarlas bien. Intentaré explicarme.

Puede ser reduccionista creer que el esfuerzo solo se da cuando una tarea es repetitiva, mecánica o absurda. A menudo hay que esforzarse para hacer cosas que tienen sentido y son interesantes aunque al principio a nosotros no nos lo parezcan. Por ejemplo, es posible que un profesor “me obligue” a leer un libro que si fuera por mí, jamás leería. Supongamos que no tengo hábitos de lectura, ni siento placer por leer, así que tendré que hacer un esfuerzo para hacerlo. Y resulta que la experiencia me termina gustando, una oportunidad que se me dio porque me tuve que esforzar al principio para exponerme a una experiencia que no me apetecía. Así que tengo claro a estas alturas que “aprender a aprender” no siempre es un viaje lúdico y festivo. Tiene también un componente de disciplina, por ejemplo, para fijar conceptos, desvelar relaciones y cimentar un vocabulario. A veces hay que “echar horas”, en el sentido tedioso que usamos esa frase.

Ahora que hablamos de “educación por competencias”, soy de los que piensan que aprender a esforzarse es una competencia más que cualquier otra que se debe desarrollar desde pequeños. El llamado “espíritu emprendedor”, del que tanto se habla hoy como fin educativo (a veces, incluso, parece el más importante) no sólo se alimenta de la creatividad y la iniciativa, sino también de la perseverancia. Ser perseverantes es una competencia esencial, crítica, que hay que desarrollar para que esta sociedad sea innovadora. Y eso implica una combinación de tres factores: 1) Motivación (aquí aparece el factor-placer, o sea, que te guste y disfrutes lo que haces), 2) Coraje (para innovar hay que enfrentarse a intereses que se resisten al cambio, y eso exige valentía), 3) Constancia (ser persistente, sistemático, disciplinado, en el empeño). Por eso, la mezcla de tareas que se necesitan acometer para emprender con éxito no siempre son motivadoras, ni divertidas. Si sólo estuviéramos dispuestos a hacer las cosas que nos gustan, sería poco probable que lleguemos al objetivo. Me consta que un viaje de esta naturaleza combina momentos de placer con otros de dolor y de sacrificio. Sé que los primeros tendrían que ser más que los segundos porque si no, no tendría sentido, pero también hay que estar preparados para gestionar bien los momentos de no-placer. Igualmente, una de las cosas que yo he aprendido del “esfuerzo” es que a menos tienes que invertir en él, más probable es que esa sea tu vocación, tu pasión.

Dice María en su post que “cuando la adquisición de conocimiento se vincula con el placer, el esfuerzo doloroso se convierte en esfuerzo placentero”. Yo tengo un problema con esa tesis, y es cuando se usa el término “placer” como atributo condicional. Soy más partidario de la lectura que hizo Sandro Maccarrone después, en un tuit, cuando reinterpreta el esfuerzo bien entendido como algo que genera compromiso una vez que el aprendiz entiende “por qué” y “para qué” lo hace. Esto conecta de maravilla con la motivación intrínseca que pide María, pero no significa que el esfuerzo se viva como un “placer”. Seguirán habiendo muchos momentos de sacrificio (o sea, de no-placer) que se asumirán a consciencia, con implicación, y no de forma mecánica o forzada. Al final es probable que lleguemos al placer (a menudo el del subidón que genera conseguir un objetivo), pero lo que quiero decir es que el proceso del aprendizaje seguirá teniendo momentos duros, incómodos, que no se pueden asociar en lo más mínimo con el placer.  Por eso, me parece más exacto hablar de “esfuerzo motivado” que de “esfuerzo placentero”.

Los riesgos de seguir expandiendo el planteamiento de Acaso se hacen más evidentes cuando ella sube otro escalón afirmando que según la Neuroeducación: “solo se aprende lo que se ama”, y que de acuerdo a este principio: “solo aprendemos aquello que nos produce placer”. Pues no, ahí me bajo del autobús y me subo al burro. Me gustaría saber dónde está la investigación científica que demuestra eso. Yo podría hacer ahora mismo una larga, larguísima lista, de cosas que he aprendido no porque “las amaba”, sino porque “las necesitaba”. No pocos de esos aprendizajes entraron con dosis de dolor. Asimismo, por ser consecuente con el equilibrio que estoy pidiendo, también podría decir que dejé de aprender algunas cosas muy interesantes porque me las enseñaron con mecanismos que abusaron del esfuerzo.

Siendo precisos, Esther (la persona que cita María en su post) no tiene razón cuando asegura que “el esfuerzo solo conduce al fracaso”. Es una afirmación que puede volverse tan latiguillo retórico como lo que intenta criticar de que “el esfuerzo es sinónimo del éxito”. Ni lo uno, ni lo otro, es verdad. El remedio, planteado así, puede llegar a ser peor que la enfermedad, porque (sabiendo que por esto me van a acusar de abuelo cebolleta) puede llevarnos a formar a ciudadanos modositos, blandengues, hedonistas y pobres de carácter, porque “sólo harían cosas que les provoquen placer”.

Carolina, en uno de los comentarios al post, replica que “no existe ‘el esfuerzo placentero’ porque necesariamente esforzarse implica dar algo más de sí de lo que nos resulta cómodo”, y añade: “No es necesario usar eufemismos, sino ser profundamente realistas. Hay factores de la vida que no son agradables, pero saber dominarlos termina produciendo otras satisfacciones, no se puede buscar el placer a priori en todo”, y yo pienso exactamente lo mismo. Para mí, “esfuerzo” es todo lo que tienes que hacer que no implica placer, que no lo haces como un disfrute en sí mismo o, como dirían los psicólogos, que no es una “actividad autotélica”. Los que tenemos hijos sabemos que sin esfuerzo, no se construye el carácter. La vida es complicada, tiene momentos difíciles, y es importante prepararse para eso. No creo que la educación tenga que ser diferente en eso a lo demás, a la propia vida. Habrán momentos agradables y molestos, y ambos se complementarán mutuamente si se gestionan desde un sano equilibrio.

OJO, preocuparse por el papel de la cultura del esfuerzo en la educación no es baladí. Es un tema serio, que merece la máxima atención, más ahora en los tiempos de los likes/dislikes de Facebook. Lo siento tan así que fue leer el post de María, y “necesité” escribir éste casi de golpe. Es una discusión que tenemos que abordar sin clichés, ni posturas radicales. Queremos una educación más eficaz y placentera, pero también formar generaciones que sepan pelear derechos y cumplir deberes. Nada de eso se consigue sin esfuerzo.

Nota: La imagen del post pertenece al album de Iñaki García Ergüin en Flickr.


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