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Channel: Amalio Rey | Blog de innovación con una mirada humanista
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¿Debemos ser tan radicales en la innovación educativa? (post-473)

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gradualidadEl futuro de la educación universitaria es un tema que me interesa mucho, y por eso he publicado varios posts en esta casa sobre el tema. Creo que hay que cambiar un montón de cosas en la universidad, pero también conservar otras que hacen de ella el lugar singular que es y que debería seguir siendo. No quiero ser rotundo en nada de lo que diga aquí porque éste es un asunto demasiado complejo para recetas mágicas, pero me vais a permitir cuestionarme algunas premisas que se dan por definitivas desde el relato de la innovación disruptiva que circula cada vez con más fuerza en los foros educativos.

El debate actual no es si estamos ante un cambio de paradigma en la educación sino qué hay que hacer para resetearla. Leo en varios sitios que quieren “revolucionar” la educación superior y ya se habla de “diseño post-universidades” (fijaos que el prefijo “post-” se usa con bastante alegría últimamente). Yo me uno a esa corriente de inconformidad reconociendo estar harto de tanta titulitis, pero creo que cierta soberbia-del-innovador está colonizando la conversación.

La idea de escribir esta entrada me viene de ver íntegramente el vídeo de 2 horas de duración del evento “Esto No Es una Clase” organizado por la Escuela de Educación Disruptiva (EED) de Fundación Telefónica, en el que participaron expertos como Juan Freire, María Acaso, Paloma Barba y Alejandro Piscitelli. Si quieres saber más, puedes descargarte el libro que presentaron en el encuentro. También conecta en cierto modo con un dialogo (entre besugos) sobre el futuro de la universidad que se produjo el año pasado en Deusto entre Ángel Gabilondo, Gabriel Perez y Genis Roca (ver vídeo aquí). A esto se añade que llevo tiempo siguiendo con interés iniciativas como el programa LEINN (Grado Universitario en Liderazgo, Emprendimiento e Innovación) de TeamLabs y la Universidad Mondragón, que se cita a menudo como un ejemplo de lo que se da en llamar el “modelo post-universitario de aprendizaje”. Antes de seguir voy a aclarar que mi acercamiento a proyectos como LEINN es indirecto, por contactos esporádicos con estudiantes y con personas que lo conocen más de cerca, lo que implica seguramente que me falte información para hacer una valoración justa de su impacto y funcionamiento. Por eso debo ser cauto aunque me atreva a compartir intuiciones, no para juzgar ningún programa en particular, sino para reflexionar sobre su posible generalización a otros contextos o sobre la validez de principios subyacentes que se plantean como la solución para la educación del futuro.

Alejandro Piscitelli, en su intervención inicial del evento, invitaba a “sintetizar las polaridades entre lo digital y lo analógico”, y sugería que nos preguntemos cómo nos sentimos desde el mundo analógico cuando viene la invasión digital, reconociendo que vivimos en “una especie de incomprensión mutua”. Pues bien, después de escuchar eso lo que a mí me llama la atención de foros como los de la Fundación Telefónica es que el discurso sea tan homogéneo, que no haya casi discrepancia, lo que hace que se conviertan en “cámaras de eco”. No participan voces discordantes que planteen al menos la posibilidad de corregir sesgos de ombliguismo digital en las propuestas más recientes de innovación educativa.

El año pasado compartí las diez cosas que echo en falta en la formación de directivo/as dentro de un seriado de seis posts que publiqué sobre “liderazgo humanista” como contrapunto al modelo clásico de educación empresarial. Entonces avancé algunas ideas que ahora explico en este post. Por intentar organizarlas, voy a resumir en formato-lista, marca de la casa :-), algunas reflexiones que me sugieren estas propuestas radicales de innovación disruptiva en la educación superior:

  1. Aprender emprendiendo” es solo una forma más de aprendizaje: Funciona muy bien sobre todo para, valga la redundancia, “aprender a emprender”. Debemos ser prudentes a la hora de generalizar sus virtudes a otras necesidades de aprendizaje.
  2. La narrativa empresarial está llena de ruidos que complican el itinerario educativo: Los programas educativos centrados en la lógica (y el relato) del emprendimiento tienen sus ventajas, pero corren el riesgo de acabar secuestrados por el sentido con que habitualmente usamos el lenguaje. Puede Juan Freire repetir, una y otra vez, que para TeamLabs “emprender” es una actitud, una forma de enfrentarse a la vida y no sólo crear empresas (y me lo creo, viniendo de él), pero si después usan empresas reales como contenedores de aprendizaje, trabajan con “clientes” ofertando “productos y servicios”, centran el proceso en “modelos de negocio” impelidos a vender, y usan la facturación como indicador de percepción de valor, entonces es bastante posible que acaben atrapados en el reduccionismo que evitaban.
  3. Conectar la universidad con el mundo profesional está bien, pero desconectarla también: Ese es precisamente un valor de la educación universitaria “tradicional” que está contenido paradójicamente en las críticas que ahora se le hacen. OJO, no propongo tomar distancia “de la realidad” sino “del mundo profesional” (que equivale a decir “empresarial”) y de las “demandas-del-mercado” que no necesariamente son las necesidades de la sociedad. No estoy diciendo que eso haya que hacerlo de forma permanente, pero sí tomar distancia a menudo, para ganar en perspectiva, y esa capacidad es algo que sabe poner en valor la Academia. Profundizo esta idea en el siguiente punto.
  4. La exaltación de lo práctico: Reseñando el libro de Nuccio Ordine “La utilidad de lo inútil”, compartía mis temores por la exaltación de lo práctico. Saberes que en principio se tachan de “inútiles”, por estar alejados de toda intención práctica, terminan siendo útiles porque nos ayudan a ser mejores. Por eso, si “desde que empiezas la carrera estas inmerso en el ámbito laboral”, como recomiendan los nuevos programas de innovación disruptiva en educación, igual te estás perdiendo la única oportunidad que tienes en la vida (y que te da el momentum universitario) de aprender y explorar sin un fin concreto. Una vez que estas sometido al día-a-día de la presión laboral, ¿dónde queda la estimulación por el saber, el pensar-por-pensar o la búsqueda de la verdad por el puro placer de encontrarla? Puedo estar equivocado, pero sospecho que la exploración abierta del conocimiento es incompatible con el paradigma del emprendimiento que es, por definición, una cultura muy centrada en proyectos y objetivos predeterminados. Esto último es bueno, y conviene promoverlo, pero quizás haga falta introducir mecanismos correctores a tanto utilitarismo, o sea, espacios para la divagación socrática, que como sabemos, no tiene nada que ver con lo que entendemos por emprender.
  5. Descubrir vocaciones es también una misión educativa: Me gusta la idea, planteada por Juan Freire, de que necesitamos una universidad, de grado único, que sirva para “prepararnos a continuar aprendiendo el resto de la vida”, porque siempre he pensado que la especialización prematura es contraproducente para jóvenes que todavía tienen que descubrir qué es lo que realmente les gusta. Hay gente que sus preferencias las traen grabadas a fuego desde la infancia (qué suerte tienen), pero las vocaciones se descubren probando muchas cosas distintas, a más diferentes mejor. Sin embargo, no estoy seguro que esa exposición a ámbitos dispares se logre trabajando un mismo proyecto o una empresa durante un tiempo prolongado, como se hace en el mundo emprendedor. El auténtico emprendizaje es una experiencia de foco y de priorización, y más si de ahí tienes que sacar dinero, así que no deja mucho margen para exponerte a una variedad de contextos. Si exploras y te dejas llevar, no facturas, ni creas empresa.
  6. El riesgo de quemar etapas: Esta observación es una consecuencia de la anterior. Si sometes a los jóvenes a la ansiedad del emprendimiento en un momento en que todavía no están preparados emocionalmente, puede ocurrir que tanta presión por “emprender” sature o produzca un efecto-rebote, y termine deseando más que nunca hacerse funcionario/a :-) Hay que saber encontrar el momento vital de cada persona, porque si no, se corre el riesgo de quemar etapas. Primero tienes que aprender a descubrir qué quieres y qué buscas en la vida. Emprender como actitud está bien, pero asociarlo a la iniciativa empresarial es una opción que exige mucha más madurez.
  7. Cultura del esfuerzo en educación: Este es uno de los temas más controvertidos que podemos poner sobre la mesa. Se habla mucho hoy de “aprender jugando”, lo que equivale en términos prácticos a minimizar la percepción de esfuerzo. No es solo eso, pero está claro que “jugar” busca lo que María Acaso llama “experiencias sexis” en educación. Todo estudiante se mostraría encantado con una propuesta así, y puntuaría con un Notable alto cualquier encuesta que le pregunte si le gusta esa idea, pero no estoy tan seguro que eso sea siempre lo mejor para él o para ella a largo plazo. El esfuerzo imprime carácter y llámenme carca, pero sé que parte del proceso de aprendizaje más genuino no es agradable, ni puede ser tan divertido como la experiencia de jugar.
  8. La hiperactividad del pollo sin cabeza: Navegar con criterio en una sociedad-red necesita de pozo teórico y metodologías. No subestimemos eso. Por eso, el gran desafío educativo consiste en aprender a analizar críticamente las ideas y extraer conocimiento de los datos. Sin embargo, lo que yo veo es que hay una especie de hiper-actividad que nos hace correr como pollos sin cabeza. Twitter me traía ayer esta frase de John Dewey: “No es que aprendamos haciendo. Aprendemos reflexionando sobre lo que hemos hecho“. Pues bien, “aprender haciendo” es, con diferencia, mucho mejor que “estudiar para aprobar”, pero eso es verdad sólo si se cierra el círculo dedicando tiempo suficiente a la reflexión. Tampoco me gusta que el Si no se hace, no se aprendese convierta en dogma, porque también hay un aprendizaje que no se adquiere con la acción, sino con la reflexión, incluso solitaria. Por ejemplo, se aprende y crece mucho con los buenos libros, y de ser posible, que no sean de Management, ni de emprendimiento. También escuchando a un maestro que inspire, a un profesor de los de antes. Se puede estar sentado en un aula (de esas que ahora parecen tan pasadas de moda), escuchando a un profesor que transmite toneladas de experiencia y nos ahorra caer en algunos de los errores que él o ella cometió. Escuchar con atención, sin apelar a acción ninguna, es también aprendizaje, y no debería frivolizarse con esto como si fuera una historia de abuelos.
  9. El docente sigue siendo una pieza clave: Retomo aquí el punto anterior. No voy a decir que tener un profesor o profesora es imprescindible para todo el mundo, pero es un error sobrevalorar la capacidad autodidacta de la gente (también, subestimarla). Ahí está el caso de los MOOCs, con sus altísimas tasas de abandono de participantes. Suponer que todo el mundo es autodidacta, y va a ser capaz de aprender a la primera sin la orientación de un buen docente, es una forma de elitismo y hace un flaco favor a la igualdad de oportunidades. Para aprender-a-pensar, por ejemplo, el profesor sigue siendo clave y puede marcar la diferencia. La figura del maestro hay que reivindicarla porque sigue teniendo mucho que aportar incluso dentro de lo que hoy llaman el mundo VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo). Claro, los necesitamos desde una relación de poder más fluida porque ni el aprendiz puede ser pasivo, ni el maestro autoritario.
  10. ¿Escuelas de liderazgo?: No me siento cómodo con propuestas educativas que prometen “formar líderes” o que se conciben para preparar a los estudiantes “para ocupar puestos de liderazgo”. Creo que cimentar la educación en esa promesa es un error porque el liderazgo sano y constructivo no es buscado, sino atribuido. Eso de “Eres un líder ¡¡y lo sabes!!”, como diría el típico meme de Julio Iglesias, es socialmente peligroso. Puede ser que eso derive, como decía una amiga, en una falta de humildad profundamente desagradable. “Liderazgo” es un palabro casposo del que se abusa mucho, incluso desde el mundo friki, siempre que conviene.
  11. Pensamiento científico y cultura estadística: Reconozco que esta es una de mis obsesiones (o de mis neuras, si lo prefieres). Si tienes tiempo, échale un vistazo a esto: “¿Qué podemos aprender de los científicos? No me cansaré de repetir que una de las prioridades de la educación universitaria es desarrollar el pensamiento científico, y una cultura estadística. Es cierto que eso se puede, y se debe, integrar de algún modo en al aprendizaje-basado-en-proyectos, pero para que eso se haga bien hay que sosegar el ritmo precipitado del espíritu “lean-startopero” que imprime la lógica del emprendimiento. Sabemos de sobra que la prisa se lleva mal con el rigor, y entonces yo me pregunto: ¿Cómo se desarrolla la capacidad crítica en un entorno que te presiona a facturar? ¿Podemos formar activistas adoptando a la empresa como contenedor para la acción? ¿Cómo creas “buenos ciudadanos” sin dar tiempo a la reflexión? ¿Qué hacemos con el sano pensamiento especulativo? Y aclaro, el menda que escribe esto siempre he defendido que la producción es de los mejores sitios para cimentar el pensamiento crítico, pero la naturaleza de lo que produces, la narrativa que le acompaña y los objetivos que te planteas, influyen mucho en lo que recoges del proceso.
  12. Escalabilidad y equidad en las propuestas educativas disruptivas: El elevado coste de algunos de los programas que se proponen como el futuro de la educación superior plantean un serio problema para la igualdad de oportunidades. Los ejemplos que ponía Piscitelli como Minerva Project (vives y estudias durante tu itinerario educativo en siete ciudades de distintos países), USC-Jimmy Iovine and Andre Young Academy (una experiencia académica multidisciplinar) o el propio programa LEINN, son muy inspiradores pero hay que aterrizarlos al mundo de las personitas de a pié. Igual me atrevo a enviar a uno de mis hijos a alguno de ellos, pero eso no me impide reconocer que son caros, tal como están diseñados. Nadie puede dudar que educarse viviendo en cuatro o siete países es positivo para entender el mundo global de hoy. Eso a estas alturas es casi una obviedad, pero quiénes pueden pagarse, por ejemplo, casi 10 mil euros cada curso durante cuatro años. Es cierto que los promotores se esfuerzan por facilitar la financiación para que “nadie se quede sin estudiar el programa por motivos económicos”; pero la realidad económica es testaruda así que un programa así es muy poco escalable, siegue siendo para privilegiados, así que su extrapolación como modelo educativo es inviable tal como está planteado, o al menos tenemos que ser muy prudentes a la hora de prescribirlo como “LA” solución. Los Erasmus han sido una aproximación brillante a ese abordaje, de lo mejor que ha hecho por la Unión Europea, precisamente porque la exposición internacional se conseguía desde la equidad.

Si has tenido la paciencia de llegar hasta aquí, permiteme añadir que la fiebre del post-it y del pensamiento divergente, sin una adecuada cultura de la síntesis, no lleva a ningún sitio. Asimismo, que el desarrollo de “competencias” sin “valores” no es educación. Como veis, “Hackear la educación”, un reclamo repetido en estos foros, tal vez vaya necesitando de ciertas dosis de meta-hackeo :-)

Sé que empezar por enfoques “radicalmente diferentes” puede ser un buen camino sólo si se tiene la humildad de adaptarlos a lo que la sociedad está dispuesta a asimilar, desde su naturaleza esencialmente evolucionista. Claro que es bueno hacerse las preguntas más atrevidas que podamos, pero eso es válido tanto para abrirse a lo nuevo como para reivindicar lo viejo que funciona. Diré más, creo que buena parte de la innovación educativa que necesitamos consiste paradójicamente en volver a lo esencial (“Back to basics”).

Nota: La imagen del post pertenece al album de Storm Crypt en Flickr


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