Con esta entrada continúo el seriado que estoy escribiendo sobre el libro: “Grit: el poder de la pasión y la perseverancia” de la profesora de Psicología de la Universidad de Pensilvania Ángela Duckworth. En mis dos posts anteriores, que sugiero leer antes que éste, hablé sobre la teoría del Grit y el test para medirlo así como si se puede desarrollar el Grit, teniendo en cuenta cuánto hay de innato y de adquirido en ese atributo.
En esta 3ra entrada voy a compartir las principales críticas y cuestionamientos que se le han hecho, algunas con razón (y otras opino que exageradas) a la teoría del Grit, para que la obra de Duckworth no se juzgue con euforia desmedida, ni de forma injusta. Ya expliqué antes que para escribir esto me tomé el trabajo de indagar en artículos escritos por otros investigadores y de informarme sobre el debate científico que se viene produciendo en torno a esta teoría.
Lo primero que me gustaría decir es que el libro de Duckworth agita, como ninguno, el viejo debate sobre los límites científicos de los libros de autoayuda y de psicología del éxito. La controversia es mayor en este caso porque propone tesis que pueden tener un gran impacto en las políticas educativas pero también, porque es una mezcla extraña entre recomendaciones típicas de autoayuda y un montón de investigación científica que hay detrás, hecha tanto por la autora como por muchos otros investigadores que aparecen citados, y que le aporta una imagen de rigor a sus tesis.
Lo que quiero decir es que es bastante fácil caer en la tentación de abrazar con entusiasmo sus propuestas, aplaudirlas, e intentar aplicarlas en estrategias de todo tipo; pero una lectura informada de otras fuentes con credibilidad para juzgar su valor científico y unas dosis razonables de pensamiento crítico, nos hacen ver que este teoría tiene sus limitaciones y sus peligros. David Denby, en su crítica publicada en The New Yorker (“The limits of grit”) llama a la obra de Duckworth “éxito pop-psych”. Melissa Dahl, articulista de New York Magazine, advierte que lo del Grit es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando el entusiasmo sobrepasa rápidamente a la ciencia. De hecho, hay tanto fervor alrededor del concepto que incluso Duckworth ha tenido que llamar a la contención a los que pretenden aplicarlo en el ámbito educativo, un detalle que explicaré en el post que siga a éste.
¿Qué eco está teniendo esta teoría en España? Pues las reseñas que he visto hasta ahora son, para mi gusto, demasiado complacientes. Ayer mismo leí una de Juan Carlos Cubeiro que suscribe todas las afirmaciones de la autora, y no se cuestiona en absoluto aspectos bastante discutibles de algunas de sus tesis. Ya se sabe, el autoayuda con empaque de management se consume fácil por estos barrios.
Toda esta historia alrededor del Grit, y el debate científico que ha generado, me ha parecido súper aleccionador porque pone en evidencia lo fácil que compramos tesis motivacionales, más aún cuando son planteadas por autores a los que se les supone rigor. Yo mismo me he visto abducido por la tesis inicialmente, y después empecé a matizar su consistencia gracias a la investigación que hice después. Ya lo decía Duncan Watts, que el sentido común está sobrevalorado.
Pues bien, vayamos con las críticas. En primer lugar, da la impresión que la autora otorga al Grit un impacto exagerado para explicar el éxito, como si fuera la única variable que lo predijera o siempre la más determinante. En mi opinión es difícil no reconocer que el Grit puede ser un factor influyente, que lo es, pero la autora exagera su impacto muy en línea con la literatura de autoayuda. De hecho, el tono inicial de su tesis era mucho más rotundo (ver vídeo de su charla TED con 10 millones de vistas) y se ha ido atemperando a la luz de las críticas que ha recibido.
Según Marcus Credé, profesor de Psicología de la Universidad Estatal de Iowa que escribió un artículo muy citado en el que hace un estudio comparado de 88 estudios sobre este teoría, el impacto del Grit se reduce significativamente cuando se mira en poblaciones más amplias y diversas y no sólo en personas de éxito o en los alumnos de alto rendimiento como es la muestra que más estudia Duckworth. En efecto, un problema de su investigación cuando pondera el impacto del Grit (pasión + perseverancia) sobre el talento natural es que a menudo utiliza muestras de estudiantes que ya han pasado un filtro muy alto de talento, por ejemplo estudiantes de la Universidad de Pennsylvania con un SAT (Scholarship Aptitude Test, una prueba de admisión universitaria) muy elevado que los sitúa en el percentil 96% del país, incurriendo en un fallo muestral que los científicos llaman “restriction of range”, porque usar esa distribución de inteligencia tan sesgada hace que el talento pese menos, casi lo anula como factor explicativo, y entonces exagera la importancia de otros criterios como el propio Grit. David Engber pone un buen ejemplo para entender esto: La altura de las personas correlaciona bien con el número de puntos que se pueden hacer en baloncesto. Pero si nos fijamos sólo en los jugadores de la NBA, donde la altura media de sus jugadores es entre 6 y 7 pies, este efecto casi desaparece porque en la competición de básquet norteamericana los jugadores más altos no son necesariamente los que más puntos hacen.
Todos conocemos muchos casos de “personas exitosas” (y claro, habría que ver qué entendemos por éxito) que, si les haces la trazabilidad, descubres que lo son por razones ajenas al Grit como la suerte, una generosa herencia recibida, haber crecido en un entorno familiar de altos ingresos o simplemente, haber sido amigo/a de la persona adecuada en el momento oportuno. La historia la cuentan casi siempre los ganadores, así que una vez que se alcanza el éxito, entonces se busca la forma de explicarlo de un modo coherente para que responda a algún patrón racional y/o a una teoría vendible. Este es un comportamiento típico de esa pseudo-ciencia llamada Management.
Muchos se niegan a aceptar la obra de Duckworth como revelación y la tachan de “un viejo vino en botella nueva” que “no dice nada que no sepamos ya”, haciendo alusión a una dimensión o rasgo de la personalidad identificada hace tiempo (es uno de los “big five”, que le llaman) por los psicólogos que recibe el nombre de “conscientiousness”, un palabro difícil de traducir al español pero que sería algo así como “ser concienzudos”, diligentes, autodisciplinados, en busca de una meta a largo plazo. Las puntuaciones del Grit y de esa dimensión correlacionan entre el 80 y el 98%, según estudios realizados.
Varios ejemplos que se ponen en el libro son de uso limitado. No se puede generalizar a partir de ellos. El Grit parece importante sólo en aquellas situaciones o desafíos concretos en los que la fuerza de voluntad tiene un peso determinante. No es de extrañar, por ejemplo, que las pruebas que tienen que realizar los cadetes de la West Point requieran de un alto Grit para superarlas. Pero en aquellos tipos de trabajos donde importa mucho la flexibilidad, el talento creativo, o la capacidad de adaptación y cambio, el Grit influye bastante menos en el éxito.
David Denby, en The New Yorker, expresa sus dudas de esta manera: “Duckworth busca a los ganadores, y los ganadores de sólo un cierto tipo (‘carreras de caballo’). La mayoría de los ejemplos de éxito que pone responden a un patrón parecido: son altamente competitivos y dependen de una sola habilidad física, mental o técnica que debe ser cultivada mediante la práctica incesante. Pero esa situación no se da necesariamente en muchas otras actividades o trabajos que demandan habilidades más difusas y de improvisación. En muchas carreras, uno puede trabajar como un esclavo durante años y no llegar a ninguna parte si no se está alerta, es adaptable y creativo. En las oficinas modernas, muchas personas trabajan en equipo y se mueven de un proyecto a otro”.
El investigador Scott Barry Kaufman, también profesor de la Universidad de Pennsylvania, explica en Scientific American que no ha encontrado ninguna correlación entre “conscientiousness”, el atributo de la personalidad que más se parece al Grit, y el logro creativo. En su lugar, vio que la “apertura a la experiencia” (incluye características como la curiosidad, la imaginación y el interés que se pone a las cosas), intelectual y artística, fue el mejor predictor de la actividad creativa de toda la vida. Pero OJO, tampoco es tan sencillo. Otras investigaciones señalan algo interesante acerca de la creatividad de la vida real: la creatividad requiere tanto de apertura a la experiencia como de perseverancia. Hay una gran cantidad de investigación en la literatura de la creatividad que sugiere que la creatividad implica una combinación de intereses amplios, pero también, mucha persistencia.
Por resumir, y ser más cautos, no hay mucha evidencia científica que demuestre que el Grit es un “predictor significativo” del éxito como Duckworth lo presenta, ni es “el secreto del éxito” como nos vende la contratapa del libro y se ha querido hacer ver en su estrategia editorial. Yo lo veo como un rasgo de carácter valioso y útil en la vida, pero en dosis sensatas, no obsesivas, ni tan perfeccionistas. Tampoco es el único, ni tiene el mismo impacto para todas las actividades.
La autora repite que “el ser humano vive muy por debajo de sus límites (…) no emplea su energía al máximo” y que cultivando el Grit se puede reducir el gap que existe entre nuestro potencial como personas y lo que realmente conseguimos. No le falta razón, pero también me pregunto si tú, yo o nosotros tendríamos que buscar siempre el límite de nuestro potencial, si no es una obsesión peligrosa empeñarnos en progresar constantemente, o si casarse con una única opción de manera testaruda (como recomienda el Grit) es una práctica saludable.
Dice Duckworth que la pasión es “la brújula” que orienta hacia dónde dirigir los esfuerzos. Pero yo sigo queriendo que alguien me explique qué diferencia la “pasión”, en los términos del Grit, de la “obsesión”, o cómo saber si una pasión es en realidad una obstinación insana que conviene abandonar en algún momento. Creo que no es fácil responder a esta pregunta.
Advierte Daniel Engber, en un interesante artículo publicado en Slate, que centrarse en un único objetivo, en plan pensamiento único, tiene sus propios peligros. Centrar todos los esfuerzos en la pasión y la perseverancia puede generar comportamientos obsesivos. En esa línea, el ejemplo de Pete Carroll y los Seahawks que usa la autora ha sido bastante discutido por el feroz espíritu competitivo y los límites éticos y humanos que eso implica: “It could be that having too much strength of purpose is worse than having not enough”.
También se queja Engber de que la vida, tal como la concibe Duckworth, sólo parece un maratón interminable, donde todo el tiempo se está buscando un objetivo, pero que para la mayoría de las personas las cosas no funcionan así. Yo mismo me he sentido mal, mientras leía, por no ser capaz de sentir tanta pasión por algo concreto. Tal vez la vida en lugar de ser un largo maratón en una dirección fija sea, como explica Engber, “una serie de Sprints intercalados con períodos de descanso”…
Jerry Useen, en The Atlantic, se cuestiona las ventajas de “la búsqueda exclusiva de una sola pasión”, y lo explica así: “¿En qué medida este enfoque de elegir una meta fija a largo plazo, mantener la cabeza hacia abajo y no dar un paso hacia los lados, se sostiene en una economía donde las trayectorias profesionales pueden torcerse e incluso desaparecer sin mucho aviso? ¿No deberías mantener la cabeza erguida, listo para el siguiente giro?”. La autora ha contestado a esa duda reconociendo que el Grit, efectivamente, “puede llevar a cierto riesgo porque se trata de poner todos los huevos en una canasta, hasta cierto punto.”