Ayer leía un tuit de José Alcántara quejándose de que “funcionarios adoctrinan a sus alumnos a ser funcionarios como la opción ideal”. A José le molestaba que en un texto de 4º de ESO se dijera esto respecto de la estabilidad de ingresos: “La estabilidad laboral suele ser un factor de primer orden y en ese sentido lo ideal es ser funcionario, pero no todos podemos acceder a la función pública que, además, está lejos de ser el empleo mejor remunerado”:
Funcionarios doctrinales https://t.co/QLBZu4nZRK Funcionarios enseñando a sus alumnos a ser funconarios, ¿quién se sorprende? https://t.co/2pYZQthKro
— Jose Alcántara (@versvs) 14 de febrero de 2017
Tuvimos un ameno intercambio de tuits sobre el tema, y por ser justo y contar la historia completa, me insistía José (un tío sensato que siempre aporta buenos argumentos) que ser funcionario “no es la única opción, mucho menos es ideal”, y que reconociendo que “la función pública es tan necesaria como respetable”, lo que él critica es que se enseñe que es lo único o mejor “porque en términos sociales dista de ser ideal que una mayoría inmensa no se plantee otra cosa”.
Estoy de acuerdo con él en que adoctrinar sobre cuál es la opción “ideal” es meterse en charcos peligrosos, pero no tengo la percepción de que hoy se enseñe a ser funcionario/as, ni tampoco que la inmensa mayoría de la ciudadanía se esté planteando eso por adoctrinamiento educativo. Más bien lo contrario, que se está instalando un discurso interesado que busca devaluar la opción laboral de trabajar en lo público. A mí lo de que se adoctrina para ser funcionarios me parece un mito fabricado por (el otro) Pensamiento Único, el que defiende que la adrenalina de la montaña rusa emprendedora es un ideal en la vida. A estos últimos les voy a dedicar este post, y que conste que lo que escribo a partir de ahora no va con José.
Lo primero que voy a decir es que me resulta cansina la letanía de describir al funcionariado como un opción laboral acomodada. Esto es algo que se transmite cada vez más en el mensaje de las redes y desde la prensa liberal más recalcitrante, que está en auge.
No entiendo la manía de cierta gente de que todo el mundo debe tener la misma baja aversión al riesgo que (teóricamente) tienen ellos. La estabilidad (de ingresos o de todo) es una aspiración tan legítima como la de querer comerse el mundo. Cada uno tiene derecho a darle a la estabilidad el valor que quiera en su escala de prioridades, y con eso hacer lo que le plazca. No somos nadie para juzgar de acomodados, o de poco ambiciosos, a quienes quieran tener un trabajo estable o “seguro” en el tiempo. Que daño ha hecho, y está haciendo, el Síndrome de Silicon Valley, por favor.
Que a alguien le guste tener un trabajo estable no significa que sea un/a aburrido/a o que no tenga aspiraciones. Me consta que las personas pueden querer tener un trabajo estable, bajo control, y canalizar su adrenalina y espíritu de cambio en otros ámbitos de la vida. Eso es perfectamente legítimo.
Por otra parte, y esto lo reconocía el texto citado en el tuit, lo/as funcionario/as hacen un tradeoff porque no ganan en todo. Compran estabilidad a cambio de sacrificar su techo de ingresos, que tiene habitualmente bajas expectativas de mejorar. Más estabilidad a cambio de ingresos contenidos, ¿qué tiene de malo eso como opción de vida?
Si usted no desea esa vida, pues no la elija. Si usted quiere vivir en la montaña rusa del emprendimiento, hágalo, y está en su pleno derecho de que no se le critique. E incluso, si lo hace bien, que se le felicite. Pero seamos honestos, la aventura emprendedora tampoco es un ideal. Rectifico, es casi siempre un camino duro que sólo puede aguantar una minoría. Ya he contado en otra ocasión lo que se siente cuando descubres lo bueno de tener un jefe o también cuando parecen decirte desde el gobierno: “Hazte emprendedor, o jódete“.
¿Tener un trabajo estable, y seguro, significa que usted se va a acomodar y no se va a tomar en serio su trabajo? Pues no necesariamente. ¿Que a la gente le guste la estabilidad implica que no le apetece innovar en lo que hace? Nop, tampoco es así. Si el sistema permite eso, entonces demande al sistema para que exija (y motive) más al servidor público, pero el problema no está en el funcionariado como figura genérica.
Después de haber trabajado mucho para empresas privadas, en los últimos tiempos estoy haciendo bastantes proyectos en entidades públicas. No quiero parecer demagógico en mi defensa del funcionariado, pero sé que en el ámbito público hay una gran variedad de actitudes ante el trabajo. Los hay holgazanes y los hay currantes a tope. Como en la empresa privada, vaya. He conocido a muchos funcionarios que trabajan bajo bastante presión, y no piden a cambio que se les pague más por eso. La presión del día a día en el trabajo es una sensación que se da mucho más de lo que se cree en las unidades de servicio de la Administración.
Esto sin entrar en el debate ideológico de si es bueno o no que haya un potente sector público, que es algo que muchas veces está en el trasfondo de la guerra contra ser funcionario/as. Vaya por delante que yo estoy a favor de un sector público vigoroso y de calidad (o sea, eficaz y eficiente) para determinados ámbitos. Sobre todo para los servicios básicos y cualquier actividad que demande inclusión social e igualdad de oportunidades, que no son pocas.
¿El sistema puede sostener la estabilidad de los funcionarios? Estoy convencido de que sí puede, pero necesita coherencia presupuestaria y énfasis en lo social. ¿El sistema debería “garantizar” esa estabilidad por ley bajo cualquier circunstancia? Pues mira, esa es otra discusión. Creo que efectivamente hay gente que abusa de esa seguridad y el sistema debería disponer de recursos más flexibles para castigar esos comportamientos. Pero ese es otro debate. Estoy de acuerdo con que hay que abrir y transparentar el modelo, conectarlo más con la sociedad, fomentar nuevas motivaciones, y estimular una genuina vocación publica. Todo eso se puede hacer porque, insisto, los fallos de lo público no obedecen a una incompatibilidad estructural con la innovación. Es más, siempre he pensado que no hay mejor sitio para innovar con significado que en lo público.
También tenemos la otra matraca de la sociedad liquida, y el mito de la movilidad como ideal universal. A ver cómo lo digo alto y claro: ¡¡El que quiera (y pueda) que se quede toda su vida en su pueblo y no cambie jamás de trabajo!! ¿se pierde muchas cosas? Pues oye, se perderá unas y ganara otras. El que se lo pasa corriendo todo el tiempo de un sitio a otro también se pierde muchas por falta de arraigo, relaciones superficiales, o estrés continuo. Conozco a personas, con nombres y apellidos, que llevan 30 años trabajando en el mismo sitio, y viviendo en el mismo lugar, que tienen una vida probablemente más rica que la mía, que he sido un nómada.
Hay que respetar las escalas de prioridades de la gente. No existe un patrón único de lo que es la vida ideal. Dejemos por una vez las tiranías. Más todavía cuando el pensamiento único conecta con las modas (vida líquida, knowmad, movilidad, baja aversión al riesgo, minijobs, trabajos breves, glamour emprendedor, etc.) porque entra mejor y la gente lo aplaude sin saber bien qué aplaude. Pero no porque vaya a favor de lo cool deja de ser pensamiento único. Viva la diversidad. Que cada uno intente ser feliz como quiera y pueda… siendo funcionario/a, emprendedor/a o como le dé la gana. Y lo que es más importante, en el sistema debería caber toda esa diversidad. Si no es así, algo estaremos haciendo mal.