En un post anterior (¿Debemos ser tan radicales en la innovación educativa?) reivindicaba la figura del docente, profesor o profesora como una pieza clave en la educación superior. Esto que debería ser una obviedad, ya no lo es, porque la moda del e-learning enlatado y del aprendizaje autodidacta mal entendido están poniendo en apuros a esa premisa, que hoy se cuestiona más que nunca por algunos modelos disruptivos de educación. Comparto aquí lo que dije entonces, porque es relevante para lo que voy a contar después:
“No voy a decir que tener un profesor o profesora es imprescindible para todo el mundo, pero es un error sobrevalorar la capacidad autodidacta de la gente (también, subestimarla). Ahí está el caso de los MOOCs, con sus altísimas tasas de abandono de participantes. Suponer que todo el mundo es autodidacta, y va a ser capaz de aprender a la primera sin la orientación de un buen docente, es una forma de elitismo y hace un flaco favor a la igualdad de oportunidades. Para aprender-a-pensar, por ejemplo, el profesor sigue siendo clave y puede marcar la diferencia. La figura del maestro hay que reivindicarla porque sigue teniendo mucho que aportar incluso dentro de lo que hoy llaman el mundo VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo). Claro, los necesitamos desde una relación de poder más fluida porque ni el aprendiz puede ser pasivo, ni el maestro autoritario”.
Esta idea conecta con un libro extraordinario que terminé de leer hace poco, y que recomiendo con entusiasmo: “Excellent Sheep: The miseducation of the american elite” de William Deresiewicz, publicado por Free Press en 2014. Prometo publicar varias entregas reseñando distintos aspectos del libro porque me ha servido para entender muchas cosas que vale la pena compartir.
Deresiewicz insiste que el papel más importante del profesor es hacernos pensar con rigor, o sea, de forma precisa, paciente y responsable. Por eso afirma que “si quieres tener una buena educación, necesitas buenos profesores” porque es la persona que moviliza, inspira, imprime carácter y ayuda a descubrir pasiones y a aflorar cosas de adentro que ni uno sabía que estaban ahí. Tengo claro que muchos estudiantes necesitan disciplina, exigencia y atención, sobre todo cuando no tienen confianza en sus capacidades. Para estos alumnos la tele-formación tipo MOOCs no es la solución, y si los dejamos sólo en sus manos, a merced de plataformas tecnológicas, entonces estaremos generando desigualdad porque solo tendrán profesores los que puedan pagarlos.
Los profesores universitarios tienden a descuidar su faceta docente, entre otras razones porque no hay un contexto institucional, ni unos incentivos, para que se preocupen más por ella. Ellos lo que quieren mayoritariamente es investigar, enseñar sobre su investigación, y rechazan que les hagan perder mucho el tiempo con la docencia, que suelen interpretar como una carga que les distrae de su verdadero objetivo. Advierte Deresiewicz (y yo estoy de acuerdo con él porque he sido profesor universitario varios años, y conozco bien estas instituciones), la estructura de incentivos en la carrera académica de las universidades más prestigiosas está sesgada en detrimento de la docencia. La carrera académica progresa (sólo) por la investigación, y no por la docencia. Por eso, la prioridad del titular universitario está centrada en sus pares y en los estudiantes de post-grado, que es donde se cuecen los papers que publicarán en revistas a cambio de más reputación profesional.
La incongruencia llega a tal punto que Ernest Boyer, vicepresidente de la Carnegie Foundation for the Advancement of Teaching, cuenta con enojo (y no es un chiste) que lo mejor que puede hacer un profesor universitario es pasar inadvertido en la docencia, no llamar mucho la atención, porque “ganarse el premio al mejor docente en un campus universitario puede ser el beso de la muerte para su carrera académica” dado que tales reconocimientos suelen generar mucha suspicacia entre los colegas al interpretarse como una distracción de la investigación y una cierta complacencia hacia los alumnos. Es increíble que ocurra esto, pero refleja bastante bien lo mucho que se han torcido las prioridades en una institución que dice dedicarse a una cosa que se llama “educación”.
Por experiencia propia sé que la docencia, como explica el autor de “Excellent Sheep”, puede llegar a verse como un engorro porque impartirla (realmente) bien demanda bastante tiempo, y eso estresa cuando sabes que tu reputación institucional dependerá de otra cosa. Por ejemplo, si uno quiere poner tareas desafiantes a los estudiantes, que de verdad contribuyan a su formación, va a tener que dedicar muchas horas/días a revisar los materiales que entregan, a hacerles comentarios detallados de sus trabajos para darles feedback individualizado, y a hablar con ellos para debatir e intercambiar argumentos. Es decir, interesarse por sus carencias y por las mejoras que van logrando es algo que lleva su tiempo. Y todo esto que aporta un buen profesor no se consigue poniendo tests rápidos, ni ejercicios de pensamiento fast-food, que es lo que termina haciendo la mayoría para adaptarse a un sistema que funciona más como una fábrica de productos industriales que como una boutique que busca la personalización.
Por eso, dice Deresiewicz, en las universidades élites (donde el peso ponderado de la investigación es aún más estresante) da la impresión que profesores y alumnos han llegado a una especie de “pacto de no-agresión mutua” que consiste en apremiarse poco los unos a los otros, de tal modo que al estudiante se le hace trabajar lo menos posible a cambio de que éste exija menos al profesor para que pueda dedicarse más a lo que realmente importa que es la investigación. A mí esa conjetura me suena familiar, y no es nada descabellada.
Por cierto, un apunte interesante. Afirma Deresiewicz que los profesores de las escuelas de “artes liberales” (humanidades, ciencias sociales, filosofía, etc.) dedican mucho más tiempo a la atención docente de sus estudiantes, y suelen ser más contratados y promovidos debido a su excelencia docente, que en otros tipos de instituciones académicas.
“In defense of a liberal education” es otro libro que he leído recientemente sobre las universidades, y que reseñaré muy pronto. En él, su autor, Fareed Zakaria, coincide en el diagnóstico y añade un agravante: “La investigación ha pasado la enseñanza a un segundo plano en los criterios que determinan la progresión en la carrera profesional de los profesionales universitarios. Y lo que es peor, los planes de estudio también se han modificado para satisfacer las expectativas de investigación. Los profesores ven que es mucho más cómodo y beneficioso para sus carreras impartir seminarios sobre SUS intereses de investigación (no importa si son irrelevantes para los alumnos), que dar cursos básicos de más impacto para la formación integral de los estudiantes”.
¿Y cómo cambiar esto? Pues hay que volver a poner a profesores y profesoras en el centro de la misión universitaria. Así de sencillo y de complicado. Esto demanda una redefinición de la profesión, del papel que juega la docencia en el contexto académico. Necesitamos recuperar el valor de la vocación, y activar mecanismos para detectarla en los procesos de selección, porque “conseguir buenos profesores no es un problema de ingeniería, ni se logra solo transfiriendo cierta cantidad de información de una cabeza a otra”.
Por supuesto, es urgente enriquecer el concepto de “reputación académica” para que refleje (y mida) no sólo la percepción que se tiene de los resultados de investigación, sino también los de la docencia. Asimismo, hay que mejorar la formación pedagógica para actualizarla a los nuevos paradigmas de aprendizaje, porque hoy en día la “pedagogía” en el contexto académico está muy devaluada e importa a muy pocos. Es un tema que apenas aparece en la agenda.
En definitiva, nos conformaríamos con que se le dé a la docencia la misma importancia que a la investigación porque si fuera así, eso impactaría seguramente en los procesos de decisión que afectan las contrataciones, así como la retención y promoción de las plazas. El día que se reivindique institucional y socialmente el prestigio de los buenos docentes, hasta el punto de que eso influya de verdad en la titularidad, nuestras universidades serán espacios bastante mejor valorados de lo que son ahora.
Nota: La imagen del post pertenece al álbum de Me2 en Flickr