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La rosquilla invertida y el contrato secreto (post-469)

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rosquillaHe escrito dos artículos sobre el mismo libro de Charles Handy: La organización por dentro, de Ediciones Deusto. El título original: “Inside Organizations: 21 ideas for managers” fue publicado en 1999.  El primer post se publicó en Sintetia, y en él explicaba dos formas muy distintas de competir a partir de la metáfora de Handy de las carreras de caballos vs. los maratones. Después, en este blog, hablamos del prurito territorial en las organizaciones, entendido el “territorio” no sólo desde el punto de vista físico, sino también como un espacio imaginario y competencial.

En esta entrada voy a compartir otra idea del gran Handy, una teoría que él bautizó con el nombre de la “rosquilla invertida”, y que en pocas palabras lo que quiere decir es que un trabajo es ahora, en gran medida, lo que usted haga de él.

Handy lo cuenta así. Imagina una rosquilla (tipo Donuts), que tiene un agujero en el medio. Entonces intenta volver la rosquilla al revés, de forma que el agujero se quede lleno, y el espacio exterior vacío. En todos nuestros trabajos, hay un conjunto de cosas que, si no las hacemos, nos llevarán al fracaso. Estas cosas pueden escribirse en un contrato o pueden aparecer en una descripción oficial de un puesto de trabajo. Las cosas que hay que hacer representan el centro sólido de la rosquilla invertida (o la yema, si quieres verlo como un huevo frito).

Pero resulta que los trabajos creativos (del trabajador del conocimiento) no funcionan así, porque siempre se espera que uno haga más. Se supone que tiene que llenar toda la rosquilla, tanto la yema como la clara. Y aquí viene lo más interesante, en palabras de Handy:

“Lo malo es que nadie le puede decir por adelantado qué es lo que se espera de usted en ese espacio vacío, porque si lo supieran, lo habrían puesto en el centro, en la lista de cosas que debe hacer e incluso en el contrato (…) Ese espacio exterior es el que la organización espera que usted utilice con su propia iniciativa para mejorar el centro, para expandir las ideas necesarias, y con ello rellenar la rosquilla invertida hasta sus límites exteriores (que para colmo, son invisibles)”.

La lectura que podemos hacer es esta: en el pasado era inoportuno que la gente se excediera en sus responsabilidades, así que sólo había un centro sólido y bien delimitado. Hoy “nuestras rosquillas tienen mucho más espacio fuera que en el centro, y la clara del huevo es mucho más grande que la yema”. Eso significa que las tareas no pueden predecirse totalmente por anticipado, ni se pueden dar las instrucciones apropiadas para que el trabajo sea más predecible. Ante un escenario tan incierto, Handy recomienda:

  1. Concretar los contenidos (tareas) del centro con gran cuidado [esto, desde mi experiencia, es complicado sin la colaboración de quién te contrata]
  2. Entender bien los límites exteriores de la rosquilla: “No te salgas de aquí” [esa frontera es transparente, así que la clave está en observar y echar mano del sentido común]
  3. Comprender cuál es la verdadera finalidad de tu trabajo, cuál puede ser una mejora, para entonces rellenar el espacio vacío con cierta coherencia.

Esta teoría de Handy, curiosamente, entra en cierta contradicción con otra idea que esboza en el mismo libro y que llama el “contrato secreto”. Según él, los contratos psicológicos son a menudo contratos secretos porque hacemos nuestras propias suposiciones acerca de lo que otras personas esperan y, la mayor parte de las veces, son erróneas; así que recomienda transparentar y documentar lo más posible las expectativas de ambas partes para que queden claras, y no hayan malos entendidos.

Eso significa, en palabras del filósofo irlandés, “poner de manifiesto toda la gama de esperanzas tácitas” porque al hacer eso, las expectativas se hacen más negociables, o sea, cada cual sabe lo que puede esperar del otro, y si ambas partes dicen estar de acuerdo, entonces hay menos riesgo de que después se sientan manipuladas o decepcionadas.

Siendo laxos, quizás no haya tal contradicción entre las dos ideas, aunque una invite a la flexibilidad y la otra al rigor. El punto de convergencia pudiera estar en que se reconozca y hable con franqueza de las dos zonas de la rosquilla porque puede ayudar a aflorar de forma ordenada las expectativas de ambas partes. Poner de manifiesto “toda la gama de las esperanzas tácitas” debería servir para entender mejor qué colocar en el centro, qué en la parte exterior, y dónde están los límites que dejarían satisfechos a ambas partes.

Pero claro, todo esto tiene sentido si hay buena fe. Porque lo que yo veo a veces es que la ambigüedad es un atributo buscado para no comprometerse a nada o para abusar del otro.  Y esa es la razón por la que suelo tardar bastante en cerrar un acuerdo de colaboración si no conozco bien a mi contraparte. Me gusta entender a qué me comprometo, y cuáles son las verdaderas expectativas (no las aparentes, ni esas que te cuentan de prisa) de quién me contrata, y eso lleva tiempo.

Nota: La imagen del post pertenece al album de Javier5510 en Flickr


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