En 2014 los medios se hicieron eco de las intenciones de una startup española, Traity, de “unificar la reputación online en un solo sitio”. Este proyecto impulsado por el emprendedor Juan Cartagena llegó a “levantar” (me encanta el término por su retintín macarra, que le pega) casi 5 millones de dólares de financiación. Traity pretendía integrar de forma transparente la reputación de las personas en un portal unificado, incluyendo aspectos relacionados con la personalidad, aficiones, experiencias en ventas y compras, así como opiniones de otros usuarios que nos conocen, usando información generada en Facebook, Twitter, Google+, Amazon, Ebay, Airbnb, BlaBlaCar y múltiples fuentes, para construir así un “perfil global de la reputación” de las personas.
Estuve investigando qué ha sido de Traity, un año después de aquellas noticias, y todo indica que aquello no prosperó, como suele ocurrir con la inmensa mayoría de los proyectos que dan el salto a Silicon Valley. Además de lo ambicioso del objetivo, y de las dificultades obvias que implica convencer a tantas aplicaciones para que aporten datos transparentes a un portal con pretensiones unificadoras, lo que me interesa examinar aquí es si tiene sentido aspirar a una reputación global y única de una persona. Y para eso voy a echar mano de algunos apuntes que tomé del recopilatorio “The Reputation Society” de los editores Hassan Masum y Mark Tovey. Por cierto, si quieres leer más artículos con reseñas que hice sobre este excelente libro, puedes consultar este seriado de posts sobre reputación.
Estoy de acuerdo con Randy Farmer cuando insiste en la importancia de limitar la reputación al contexto, avisando que “los buenos sistemas de reputación son contextuales”, o sea, que la naturaleza de los inputs constriñe el uso e interpretación del resultado agregado, de tal modo que no se debe extrapolar un indicador o señal de reputación a ámbitos de actividad para los que no se ha concebido.
¿Qué significa eso en términos prácticos? Pues que resulta imposible, e inconveniente, mezclar y agregar datos de reputación generados en distintos contextos. Es lo que pretendió en su momento otro proyecto mediático (que también fracasó) como The Whuffie Bank, impulsado por el emprendedor argentino Santiago Siri a partir de una idea inspirada en la novela “Tocando fondo” de Cory Doctorow, y que aspiraba a “crear una nueva moneda basada en la reputación” que podría ser canjeada por productos y servicios reales y virtuales. La premisa era que cuanto mayor fuera “la” reputación de una persona, más rica sería ésta:-)
Como ya he comentado, Farmer no cree en el imaginario de conseguir un ratio global y único de la reputación de una persona, una especie de “karma digital universal” o “Good Citizen karma” que combine (por ejemplo) datos de confiabilidad crediticia, opiniones en redes sociales y otras fuentes. El académico de Harvard John Henry Clippinger apuntilla esa idea de que una identidad reputacional es contextual y múltiple aportando un ejemplo excelente, que ayuda a comprender la inconveniencia de mezclar peras con merinas: “La reputación de una persona como padre o marido puede ser muy diferente a la de atleta o inversor”. Esta idea de Clippinger es congruente con lo que vemos en la vida, cuando pensamos en cuánto de “buena” o “confiable” es una persona, porque la respuesta siempre dependerá de para qué la queremos, o desde qué punto de vista la estamos examinando.
Si bien hay (digamos) “valores transversales”, y eso no lo pongo en duda, el comportamiento social de las personas es muy complejo, y podemos llevarnos muchas sorpresas según en qué ámbitos las contextualicemos. La gente puede tener múltiples identidades, con diferentes reputaciones asociadas. El “malo” puede actuar de forma estupenda bajo ciertas circunstancias si está motivado, y el “bueno” puede que no lo sea en todos los sitios. Uno puede ser valorado de manera muy distinta en su casa y en el trabajo. Incluso se pueden dar divergencias relevantes entre la reputación offline y la online. Esto ocurre más a menudo de lo que parece, ¿a que te suena?
Por último, creo que para ser justos también habría que añadir otra matización importante: la reputación además de ser “contextual”, es dinámica. Las personas (y las organizaciones) están cambiando y evolucionando constantemente, de tal modo que comportamientos pasados no siempre predicen desempeños o rendimientos futuros. Este hecho añade aún más complejidad al diseño de los sistemas de reputación.
Nota: La imagen del post pertenece al album de Thomas Hawk en Flickr