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Cosas que pasaron en Occupy… y también por el barrio (post-556)

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No me gustan lo/as puristas. Son personas que tienden a juzgar demasiado a los demás, y por eso, incapaces de sumar. En el margen izquierdo sufrimos bastante a ese típico personaje que anda exigiendo certificados de superioridad moral. Suben el listón como si anduviéramos sobrados de seguidores para la causa que, como se sabe, no es el caso. Después te das cuenta de que, en realidad, es gente que pide diversidad para que solo quepa la suya.

Esta semana recuperé una crónica de Yotam Marom, facilitador y director del proyecto Wildfire, en la que comparte con dolor, algunas razones de por qué, según él, falló el movimiento Occupy: “OCCUPY WALL STREET: What Really Caused the Implosion of the Occupy Movement—An Insider’s View”. Me enganchó desde el principio. Es un artículo sincero y escrito en primera persona, por alguien que participó activamente en la protesta.

Lo que cuenta me resulta tan familiar, que he pensado que vale la pena difundirlo por si sirve para mirarse al espejo. Su texto me ha recordado a mucha gente progresista que termina renunciando a las estructuras orgánicas porque se siente criticada, incomprendida o discriminada. También, a comportamientos de auto sabotaje de la izquierda, que explican en parte por qué estamos donde estamos.

Voy a hacer ahora una reflexión personal a partir del artículo de Marom, citando algunas de sus ideas, pero combinándolas con mis propias opiniones:

1.- Bajo la euforia activista de movimientos como estos, es fácil que se te acuse de ser un liberal, que para el contexto de Occupy, era una palabra maldita. En estos movimientos hay gente que se cree con autoridad moral para apuntar con el dedo a los demás, y siente un desdén palpable hacia las personas que no son tan radicales como ellos: “Nadie era lo suficientemente bueno para nosotros. En lugar de acoger a esas personas, los atacamos”.

2.- La vigilancia contra la co-optación por parte de otras fuerzas hizo que en lugar de dar la bienvenida a otras corrientes progresistas, los puristas radicales estuvieron más centrados en dar grandes discursos en asambleas que en tejer una buena organización, que sumara voluntades para alcanzar la masa crítica que se necesitaba: “Utilizamos las inevitables cagadas de nuestros socios potenciales como la validación de que debíamos permanecer en nuestros bunkers con el puñado de personas que nos hacían sentir seguros, en lugar de ensuciarnos en las trincheras”.

3.- En Occupy llegó un momento en que se insistió en la política perfecta y en el lenguaje perfecto, excluyendo así la experimentación, el aprendizaje, y la crítica constructiva. Se pusieron la insignia del orgullo, creyendo que decir lo correcto era más importante que hacer cosas reales que generaran impacto. Hilar un discurso que agradara a la ortodoxia y, por tanto, no generara desconfianza, llegó a importar más que atreverse a aceptar las paradojas y contradicciones que siempre aparecen cuando se quiere incidir en la realidad.

4.- Un error habitual, en la ortodoxia, es clasificar según el origen o los antecedentes de cada cual. El fallo radica en imaginarse la identidad como algo estático y permanente, en lugar de recordar que todos hemos tenido experiencias de marginación (y de incoherencias propias) que deberían servir para ser más empáticos, y entender a las personas que queremos cambiar: “Nos olvidamos de que, mientras que la identidad nos da pistas y revela patrones, no explica plenamente nuestro comportamiento, y ciertamente no lo determina. Abandonamos la verdad de que la gente se puede transformar”.

5.- La percepción que tenemos de la posibilidad de ganar condiciona comportamientos. Yotam Marom lo explica así: “Nuestra tendencia a hacer enemigos, el uno del otro, fue impulsada por un profundo temor al enemigo real, una desesperanza paralizante sobre nuestras posibilidades de ganar. Después de todo, lo admitamos o no, pasamos mucho de nuestro tiempo no creyendo que realmente podemos ganar”.

6.- La no necesidad de un liderazgo es un mito, una fantasía. El mantra de que no hacían falta líderes provino de un genuino deseo de evitar los errores clásicos de los mecanismos jerárquicos, pero eso era, al mismo tiempo, una farsa: “No reconocer el papel del liderazgo nos alejó de cualquier sentido de estructura colectiva, e incluso de cuidar la cultura del grupo”.

7.- Las asambleas son más un performance, que un foro donde se toman las decisiones reales. Tienen un papel que jugar, son necesarias desde el punto de vista de la pedagogía de la participación, y también para insuflar energía; pero las decisiones se cuecen, y se forjan, en espacios pequeños e íntimos, donde se pueden tener discusiones sensibles fuera del alcance del estado de vigilancia o del ojo percutor y paralizante de los medios de difusión.

8.- Cuando el Estado se organizó y los sacaron de las plazas, el movimiento Occupy hizo lo que pudo, pero no estaban organizados, ni disciplinados, ni tenían arraigo en ninguna comunidad. Sin el parque o la plaza, explica Marom: “se quedaron sin raíces, no tenían manera de agruparse. Las reuniones que se hacían en las plazas públicas, ya no era posible hacerlas en oficinas”. Eso demuestra que el sitio físico sigue siendo importante como factor vertebrador de una identidad. El ciber-activismo activa y refuerza, pero la calle es la calle.

9.- Siempre hay una lucha interna de poder en estos movimientos. Es peligrosamente ingenuo suponer que “los buenos” están salvados de eso. Sucedió en Occupy, tal como reconoce Marom, cuando relata lo que vivió en el grupo que formó parte: “El verdadero problema de todo era una profunda ambivalencia sobre el poder, que actuaba como un mecanismo de autodestrucción (…) Una parte sustancial de la dirección de Occupy era alérgica al poder, y se hizo una política de eso”. Yo soy de esos, de los que prefieren estar lejos del poder, pero resulta que el poder está ahí para que alguien lo tome, así que ocurre con él como con la política, si no te ocupas de él, se ocupa otro… casi siempre peor que tú.

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